Esas cepas llevan ahí más de un siglo. Nadie en la familia recuerda haberlas plantado. Siempre estuvieron allí. Desde lo alto de la viña de ‘La Dehesa’, entre vides de mencía centenaria vistiéndose de otoño, veo Villalibre y la procesión de chopos que acompañan el paso del río Sil. Y las montañas. Hasta las últimas luces del día. Atardece en el lugar donde nace el vino que sostengo en mi mano, el Valle del Recunco.
Es la parcela favorita de José David Arias Vidal, con la que hace su único vino, del que ya ha sacado dos añadas. Tal vez no sea la mejor, pero es a la que más cariño tiene. «Nunca falla. Es la que siempre salva la cosecha», me cuenta mientras paseamos por los viñedos familiares, desde la ladera sur de ‘El Torullón’ en Toral de Merayo a la ladera norte de ‘La Dehesa’, ya en Villalibre. Me señala ‘El Teso Rapao’ y ‘El Palomar’, que ya no se ve desde allí. Tienen otra hectárea y media en San Lorenzo, en ‘La Planta’ y ‘Pedregales’, donde este año no han recogido ni un racimo.
Pero de ‘La Dehesa’ salieron este año unos 1.000 kilos de uva mencía, más o menos los mismos que el año pasado, cuando también se salvó de la helada. Es una viña vieja y dura. No llega a media hectárea, unos 4.500 metros cuadrados, con suelos franco-arenosos y arcillosos. Es diferente, orientada al norte con una zona en vaguada con vides de jerez «sin gran valor», pero que en la zona alta, con una pendiente del 40 por ciento, guarda su mayor tesoro.
Con mencía centenaria
Y es que en este lugar su padre rescató, debajo de zarzales, esas cepas de mencía muy antigua, de más de cien años, plantadas hacia 1910. «Da muy poca producción, pero es de muy buena calidad», destaca José David, que señala que es una mencía diferente a la que se planta ahora, con «uvas muy pequeñitas y muy menudas». Lo mismo ocurre con la garnacha, que también es especial, muy fina.
«Y pasa una cosa muy rara. Las cepas mueren, todos los años alguna. Yo creo que es de viejas, por agotamiento, les llega su momento», señala este trabajador de las brigadas de Cueto metido a viticultor y bodeguero con esas casi cuatro hectáreas de viñas -ninguna de menos de 60 o 70 años- que antes ya trabajaron sus bisabuelos, sus abuelos y sus padres, que todavía le echan una mano.
Precisamente fue sobre todo por su padre José Luis por el que se animó a hacer su vino, por la ilusión de cumplir con uno de sus sueños. Y es que, cuenta, su padre nunca tuvo esa oportunidad porque era cooperativista, siempre había vendido las uvas. Fue hace unos cinco años que vieron que seguir en la cooperativa no tenía futuro y barajaron dos opciones: o dejar las viñas ‘a poulo’ o trabajar de otra manera. Y está claro que optaron por la segunda y salieron de la cooperativa, primero vendiendo uva a bodegas -que aún siguen haciendo con una parte de la producción- y después vinificando ellos mismos y sacando unas pocas botellas de su vino, el Valle del Recunco.
En el Valle del Recunco
Valle del Recunco 2017 -unas 900 botellas- es un monovarietal cien por cien mencía, toda procedente de ‘La Dehesa’. La añada anterior, la primera, llevaba un 20% de garnacha de esa misma parcela porque «la maduración llegó perfecta y lo vinificamos junto». «En cambio en 2017, con la helada y el adelanto de la maduración, la mencía estaba perfectamente y la garnacha aún estaba verde», explica José David, que avanza que para esta añada 2018 mezclará al 50% mencía de ‘La Dehesa’ -que aporta frescura con su orientación norte- y de ‘El Torullón’ -con más grado en esa vertiente sur-.
Enemigo de los herbicidas y creyente en un «uso responsable», mínimo, de los tratamientos, su vendimia se realiza en cajas y por la mañana, para que la uva entre fresca en la bodega -él vinifica en Bodegas y Viñedos Merayo-. Allí, los racimos pasan a la despalilladora y a un depósito de 1.500 litros de acero inoxidable para su fermentación, con bazuqueo manual, al igual que el prensado. «No hay mucha extracción, la voluntaria», apostilla José David, que añade que después, y tras la fermentación maloláctica, tendrá una crianza mínima de seis meses en barrica usada (dos usos) y mínimo otros tres en botella.
Además, en febrero sacará unas 270 botellas de un crianza, para el que utiliza barricas nuevas, donde el vino envejece doce meses, más otros seis en botella. Lo sacará al mercado también con el nombre de Valle de Recunco, que hace referencia al valle que une Priaranza del Bierzo con Ferradillo. «Soy el primero que hace un vino dentro de la DO Bierzo de Villalibre y quería que llevara un nombre de aquí, de mi municipio», apostilla.
Y en la botella
Algo que traslada también a la etiqueta, con el dibujo de un artista de su pueblo, Luis Tejedor, que representa a un viticultor cuidando las viñas junto a la firma de su padre. José Luis Arias. En el centro, la R de Recunco se funde con el arco del mirador del castillo de Cornatel y, al fondo, los montes Aquilanos. «Estamos trabajando en una nueva etiqueta», adelanta.
Y en el interior de la botella, la mencía del Valle del Recunco muestra su juventud con colores cereza y ribetes violáceos, con una capa media. En la nariz, según su nota de cata, se muestra limpio y fresco con aromas a frutas del bosque y negras, con unas valiosas notas de violeta. Al fondo, también se dan unos toques especiados, a cacao. La frescura se mantiene en la boca, volviendo a estar presentes las notas florales y de fruta negra. En conjunto es un vino «con volumen medio, con un tanino maduro perfectamente integrado y buena longitud».
«La felicidad que conlleva, es un vino hecho con mucha ilusión. Quiero que guste, ese es el único objetivo», añade José David.
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